La memoria es una cualidad asociada a la capacidad de los seres vivos (fundamentalmente de los homínidos) de almacenar y evocar acontecimientos pasados para poder explicar el presente o predecir el futuro. De alguna manera, ese almacén de recuerdos es lo que nos permite dar un sentido a nuestras vidas. Nuestra memoria nos hace ser lo que somos, e incluso podríamos decir que somos lo que podemos recordar. Pero ¿qué tiene que ver la memoria con restaurar ecosistemas? si te ha asaltado esta duda, continúa leyendo.
La memoria de los ecosistemas o memoria ecológica se construye a través de procesos históricos como las variaciones en el clima o los movimientos de las placas tectónicas. Estos procesos dejan una impronta en los ecosistemas que hace que adquieran determinadas características. En pocas palabras, que sean como son. La memoria queda explícita, por ejemplo, en el relieve y en el suelo, y las variaciones espaciales en estos crean condiciones heterogéneas que dan lugar a combinaciones particulares de especies (comunidades biológicas).
La estructura y función de los ecosistemas varía también en el tiempo bajo el efecto de distintos componentes dinámicos (variaciones en el propio clima, procesos de erosión, el efecto del fuego, del uso del territorio por parte de los humanos…). Así, poco a poco, se va construyendo la historia y se van generando “archivos” en los que se va almacenando esa memoria adquirida. A estas configuraciones históricas de los ecosistemas es a lo que llamamos referente histórico.
La degradación de los ecosistemas, sin embargo, tiene como consecuencia una pérdida de esa memoria ecológicade la que hablamos. La construcción de una infraestructura o la creación de una explotación minera modifican significativamente el relieve, cambian las condiciones microclimáticas, alternan el suelo y eliminan, también, parte de la memoria contenida en el sistema a través de la desaparición de las comunidades biológicas asentadas previamente en ese territorio.
Sin embargo, parte de la memoria del sistema permanece almacenada dentro o fuera del sistema en lo que llamamos “bancos de memoria” como los bancos de semillas, las formas de resistencia (esporas, huevos de insecto, bacterias…), los remanentes de vegetación en el propio sitio o en el entorno, las formas del territorio, las propiedades del suelo (roca madre, textura, estructura…), etc. Nuestro cometido, por tanto, es sacar el máximo provecho a esa memoria remanente, desbloqueando los procesos que permiten que esta se exprese. Orientando nuestros esfuerzos a lo que llamábamos un poco más arriba, referente histórico.
En este punto surge una nueva horquilla en el camino. ¿Existe un único referente histórico? ¿Podemos considerar que el estado anterior a la perturbación es nuestro referente? Tenemos que asumir que no se puede volver al pasado (el tiempo corre sólo en una dirección) y que en este “paso del tiempo” los ecosistemas han tenido distintas configuraciones, en muchos de los casos debidas a la acción de los humanos sobre los ecosistemas. Así que cabe pensar que no existe un único referente hacia el que dirigir nuestros esfuerzos. Puede incluso que el referente ni siquiera exista y tengamos que crearnos uno, pero ¿Cómo construir un referente?
Aquí os dejamos algunas claves a tener en cuenta en la construcción de un referente:
- Identificar las variaciones históricas del ecosistema: Procesos geológicos, incendios, eventos climáticos extremos, usos del territorio por parte de los humanos y cualquier otra modificación que haya ayudado a definir el sistema en su configuración actual
- Definir distintos referentes de restauración o escenarios objetivo, teniendo en cuenta que lo que perseguimos es: reconectar el espacio degradado con sistemas adyacentes, recuperar la biodiversidad y la funcionalidad ecosistémica y asegurar la provisión de varios servicios ecosistémicos para los múltiples beneficiarios del espacio
- Testar los distintos referentes de restauración con grupos de interés que permita:
- corroborar que efectivamente la interpretación histórica del sistema es correcta
- definir que existe una coherencia entre lo que se pretende restaurar y las necesidades actuales de las comunidades locales
- Incorporar visiones individuales de los usuarios de ese entorno que den lugar a nuevos objetivos
- Llevar a cabo las acciones de restauración gestionando de la manera más eficiente la memoria ecológica del sistema y recreando ecosistemas capaces de adaptarse a las variaciones ambientales futuras
En este punto corresponde decir que es difícil desacoplar el uso histórico de los humanos de la configuración actual de la mayoría de los ecosistemas del Planeta y que en muchos casos la restauración de los mismos pasa por recuperar determinados usos o asegurar un régimen de perturbaciones similar al ejercido por los humanos en épocas anteriores.
Aquí os dejamos algunos ejemplos de restauración en que el referente de restauración son sistemas antropizados pero que proveen una gran diversidad de servicios ecosistémicos aún hoy en día.
¡Si tienes dudas sobre cómo construir un referente para su proyecto de restauración, consulta con su Restaurador de Ecosistemas más cercano!
Foto destacada: Las Médulas – Rafael Ibáñez Fernández