Este artículo de opinión publicado en The Guardian nos deja algunas reflexiones ciertamente interesantes, pero queremos destacar especialmente una de ellas.
Existen algunos problemas de sobra conocidos a la hora de plantear una nueva forma de relacionarnos con nuestro entorno, más respetuosa y sostenible: falta de sensibilidad ambiental; falta de empatía con un entorno que percibimos, a veces, como muy ajeno a nuestro día a día; incapacidad para percibirnos como una parte más de ese entorno… Sin embargo, si preguntáramos a nuestro alrededor, es casi seguro que nadie respondería que hay que acabar con la naturaleza, que no nos aporta nada y que ojalá todo el planeta esté cubierto de cemento. ¿Por qué, entonces, persisten todos esos problemas?
Como argumentan en el artículo, la respuesta puede estar en un falso dilema: la enorme capacidad tecnológica alcanzada, especialmente desde el siglo pasado, unida a un crecimiento demográfico imparable que requiere de economías eternamente crecientes, ha contribuido a la generalización de la idea de que todo ello debía hacerse a costa de los sistemas naturales. Y nuestro crecimiento y bienestar eran prioritarios. No quedaba más remedio…
Pero, ¿es esto cierto?
Debemos cambiar nuestra percepción de cuál es nuestra posición en el ecosistema. Los sistemas naturales no están enfrentados a nosotros, ni siquiera están a nuestro alrededor: nosotros y nuestra actividad somos parte de ellos, y lo que pase en ellos nos afecta. Por tanto, debemos encontrar la forma de integrar, tal y como propone el enfoque de la Restauración Ecológica, nuestras actividades en esos sistemas de manera eficiente y sostenible, garantizando el funcionamiento de ambas partes y la preservación de los servicios de los que nos proveen.