Cuando pensamos que una temporada de incendios termina, otros sitios como el norte de España y Portugal empiezan a arder de nuevo, es un ciclo que parece no tener fin. La prensa y redes sociales hablan de medios insuficientes. La población muestra su repulsa frente a la mala gestión pero también hacia los culpables. Lo cierto es que los montes se han quemado y ¿ahora qué?.
Por que NO quemar los bosques
Sería fácil empezar a hablar de restauración ecológica que es lo que se nos da bien, pero no. La verdad es que pensamos que lo que nos falta es conciencia ambiental básica sobre el efecto de los incendios, así que hablemos primero de bosques. Con «bosque» nos referimos a masa de árboles naturales o naturalizados, coherente con la memoria del paisaje: el clima, el relieve, el suelo, y la historia de usos. Es importante tener en cuenta que un bosque no son sólo árboles. Además, existe una flora acompañante, hongos y bacterias implicados en el establecimiento de la vegetación, fauna variada que poliniza, dispersa semillas y degrada de materia muerta, etc.
Los elementos del bosque, se organizan en el espacio siguiendo patrones complejos relacionados con la disponibilidad de recursos, los movimientos de los dispersores, la existencia de perturbaciones (incendios incluidos), las relaciones de competencia y facilitación dentro de la misma especie o con otras especies. Estos ecosistemas complejos y diversos, proporcionan distintos servicios ecosistémicos. La madera es uno de los más conocidos, pero también regulan el clima, favorecen la infiltración de agua, retienen el suelo, proveen de frutos, resinas… Desde nuestro punto de vista, no parece muy sensato freir de semejante manera un capital natural que puede ser fuente de energía, alimento, ecoturismo. Al fin y al cabo, de riqueza.
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Y tras los incendios… ¿qué?
Cuando un bosque se quema, parece que no queda nada. No obstante, este paisaje desolador que queda tras los incendios, contiene parte de los recursos que pueden ayudar al bosque a auto regenerarse. Las cenizas contienen gran cantidad de nutrientes y además son higroscópicas. Esto quiere decir que retienen la humedad. Además, las especies mediterráneas poseen distintas adaptaciones al fuego. Algunas semillas son resistentes a las llamas e incluso necesitan «ahumarse» para activarse y poder germinar después. Otras especies, en cambio, tienen capacidad de rebrotar de cepa. Incluso cuando el pie del árbol se ha quemado, salen nuevas varas de la base del tronco.
Todo este potencial de regeneración que tiene el bosque quemado, sólo puede expresarse si se actúa con cuidado. Entendemos que tras unos incendios tan dramáticos como los que se han vivido este año, el primer impulso es hacer lo que sea y cuanto antes. Es cierto que esos primeros pasos son cruciales pero es importante llevarlos a cabo con cierto criterio. Por ejemplo, el banco de semillas que queda en el suelo tras un incendio puede ser clave para la regeneración del ecosistema. La germinación está condicionada por el grado de enterramiento de las mismas y la compactación del suelo. Por tanto, uno de los primeros consejos a la hora de restaurar un espacio quemado es intentar no remover o compactar el terreno.
Esto va en contra de algunas prácticas habituales como la corta y saca de ejemplares muertos (o casi) del monte. Esta práctica se justifica desde la visión de la seguridad (evitar que se caigan árboles y generen daños) o que estos árboles puedan favorecer la propagación de plagas. Sin embargo, está demostrado que la retirada de madera muerta puede obstaculizar la regeneración del bosque quemado. De hecho, se considera que sería mejor cortar los árboles y dejar los troncos en el espacio quemado. Estos troncos funcionan como trampas de semillas y generan microclimas que facilitan la germinación y el establecimiento.
Es cierto que no siempre se puede confiar en la regeneración natural tras un incendio. Todo depende de las especies, de la intensidad y recurrencia del fuego. En especial para las especies no rebrotantes, es importante que existan árboles semilleros en la cercanía que aporten propágulos a partir de los cuales el bosque puede recuperarse. Quizá no podamos confiar siempre en la dispersión desde los entornos cercanos y sea necesario plantar. Aquí es muy importante escoger bien las especies y no dejarse llevar por las prisas y los árboles de rápido crecimiento. Estudios en clima mediterráneo han demostrado el impacto negativo que pueden tener las plantaciones de con pino (P. halepensis). Una estrategia que ha resultado ser ventajosa, es combinar especies con rasgos complementarios (rebrotantes y no rebrotantes) a la hora de restaurar estos espacios. Además, los propios incendios de Portugal a principio de temporada nos mostraron la importancia de escoger vegetación autóctona, que pueda servir de barrera natural frente al fuego.
¿Por dónde empezar a restaurar?
Algo estamos haciendo mal si el monte hay que quemarlo para generar trabajo y recursos para una región. Esto nos lleva a pensar que el valor de estos espacios para la propia población local es bajo y es por ahí por donde deberíamos empezar. Falta comunicación efectiva. Falta también también creatividad y hablar de las posibilidades que dan los espacios naturales para nuevos emprendimientos. Lo que está claro es que para poder restaurar un bosque quemado, antes debemos empezar por restaurarnos a nosotros mismos.