Uno de los muchos riesgos derivados del calentamiento global y, de hecho, uno de los que resulta fácilmente predecible, es el aumento del riesgo de desertificación (no confundir con desertización) que existe en zonas ya sometidas, por su clima, a épocas con temperaturas muy elevadas. España, con su clima mediterráneo, presenta una estación estival caracterizada por las altas temperaturas y las escasas precipitaciones, que pone a prueba la resistencia de las especies más adaptadas. Cabe suponer, pues, que un aumento de la temperatura media llevaría esta situación al límite.
Como afirman varios estudios, que recoge información del Programa de Acción Nacional contra la Desertificación, los riesgos no son tan etéreos como las posibles consecuencias sobre las especies silvestres, sino que puede suponer la pérdida de suelos fértiles debido a factores como la erosión, la sequía o los incendios forestales, en un contexto en el cual el crecimiento de la población todavía se encuentra en una fase exponencial, con lo que eso conlleva. Con el fin de evitar estos extremos, y como indican en la propia página del Ministerio, «el objetivo de los Programas de Acción Nacional consiste en determinar cuáles son los factores que contribuyen a la desertificación y las medidas prácticas necesarias para luchar contra ella y mitigar los efectos de la sequía.»