La construcción de infraestructuras de transporte tiene un impacto positivo para la movilidad de nuestra especie, en perjuicio de otras que ven fragmentado su hábitat. Desde el punto de vista ecológico las carreteras, autovías, autopistas, las vías de tren e incluso las líneas de alta tensión, cortan el territorio y afectan la conectividad ecológica. Sin embargo, en tanto que infraestructuras lineales, todos estos espacios pueden funcionar también como canalizadores de flujos ecológicos y servir de conectores para algunas especies si se integran debidamente con el paisaje. La restauración ecológica de espacios afectados por infraestructuras de transporte pasa, necesariamente, por hacer un diagnóstico pormenorizado de los impactos que se generan.
Esta cuantificación de impactos es tanto más eficiente si podemos hacerla en términos de servicios ecosistémicos. De manera general, la construcción de infraestructuras lineales afecta a los servicios de provisión ya que supone un cambio de uso en el territorio. En este sentido, los espacios ocupados por vías y pavimentos, o que han sido desbrozadas para hacer pasar gaseoductos, no producen materias primas que podamos emplear para consumo o producción de energía.
Las vías de alta capacidad fragmentan el territorio y pueden llegar a aislar poblaciones biológicas, contribuyendo a la extinción local de especies de flora y fauna a largo plazo.
Además, la modificación de la topografía en el caso de las infraestructuras de transporte, modifica los regímenes de escorrentía, lo que reduce la provisión de algunos servicios ecosistémicos de regulación como el control de la erosión. Al mismo tiempo, la alteración de los suelos y la vegetación en estas superficies, reduce la capacidad de estos ecosistemas para actuar como sumidero de carbono y contribuir a la regulación climática. Asimismo, la modificación del paisaje que generan estas infraestructuras afecta directamente sobre los servicios culturales que pueden proporcionar estos ecosistemas, como por ejemplo el valor estético o espiritual.
Una vez conocemos los impactos que genera la construcción de estas infraestructuras, podemos proponer acciones concretas de mitigación y restauración que ayuden a recuperar los servicios ecosistémicos que se han perdido. Algunas de las acciones de mitigación que podemos llevar a cabo es la modificación de la geomorfología de los taludes. En taludes con pendientes más tendidas y donde ya existe una red de drenaje, las tasas de erosión son menores y por tanto se favorece el establecimiento de la vegetación procedente de los alrededores.
Además, podemos mejorar las condiciones del sustrato a través de la tierra vegetal, que aporta fundamentalmente nutrientes y comunidades biológicas implicadas en el reciclado de nutrientes. La creación de estas islas de fertilidad en los taludes, puede favorecer la diversidad de especies a escala local.
El última instancia, la introducción de especies vegetales perennes, autóctonas y melíferas puede generar hábitat de refugio y alimentación para insectos, lo cual favorece el servicio ecosistémico de polinización. Este servicio puede ser clave en aquellos casos en los que las carreteras atraviesan matrices de agricultura intensiva. En estos escenarios, los taludes funcionan además como refugio de especies tanto de flora como de fauna. Como véis, con las medidas de restauración adecuadas, podemos hacer de las infraestructuras lineales verdaderos corredores de biodiversidad, a los que podemos incorporar también criterios de adaptación al cambio climático.